Y si tan democrático proceder hubiera y fuera establecida para la toma de resoluciones vinculantes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), hoy el bloqueo a Cuba estaría en el basurero de la historia; por solo mencionar la última votación: 187 países dijeron basta, frente a dos en contra y apenas una abstención. Pero no es así. El grupo que tantas expectativas levanta por su espíritu y propósito de hacer del mundo un hábitat más justo y equilibrado, cooperativo y multipolar, que deje atrás a la hegemonía de un solo poder y dé lecciones de convivencia solidaria, se trajo consigo la vetusta y cuestionada dictadura estructural de la ONU: el sacrosanto derecho a veto.
Un buen ensayo con profundidad de tesis doctoral geopolítica explicaría los porqués el Brics optó por el respetable consenso para la toma de decisiones claves, pero en un mundo polarizado tal proceder implica la existencia del veto cuando alguno de sus miembros disienta de manera absoluta e irrevocable de la postura asumida por el resto de los
miembros.
En la ONU, en 1945, “quizás se justificaba” el veto por haber nacido en medio de la fuerte pugnacidad entre los dos grandes bloques triunfantes de la Segunda Guerra Mundial, ambos tan armados, con tan groseros armamentos nucleares, que de optarse por un sistema de decisiones democrático, en el cual todos los países gozaran de plenos derecho al voto, cualquier país perjudicado o perdedor, poseedor de armas atómicas, pondría en serio peligro la anhelada paz del planeta.
Era y es tan descarado el poder bélico de los países miembros del Consejo de Seguridad, que en la página web del organismo internacional se arguye que el derecho a veto se justifica porque: “Los creadores de la Carta de las Naciones Unidas estaban seguros de que estos cinco países seguirían desempeñando un papel importante en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales”.
Pero el Brics no es la ONU, donde en recurrentes ocasiones las contradicciones eran y aún son irreconciliables. Y si bien entre los miembros del Brics hay diferencias como las fronterizas entre China e India, el organismo ha demostrado que tales divergencias pueden ser dirimidas por la vía diplomática.
“Los países miembros han demostrado una amplia capacidad para influir en la agenda global y buscar, así, un equilibrio de poder más diversificado en contraposición a las estructuras internacionales existentes, dominadas históricamente por las economías desarrolladas”, afirma Mario Guillermo Guerrero en su artículo ¿Puedo entrar?: antecedentes, formas de ingresar al Brics, y algunas lecciones para la Argentina, publicado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, de la Universidad Nacional de San Luis.
En un planeta donde tiene altísima vigencia la teoría del griego Tucídides, en su tesis Historia de la Guerra del Peloponeso, sobre el cambio de poder entre potencias rivales, en nuestro caso una multipolaridad en ascenso frente a un bloque hegemónico que teme perder el poder alcanzado, es previsible que lo desagradablemente normal sea encontrar diferencias entre los mismos miembros del Brics, e incluso observar a países dentro del grupo que actúan cual si no fueran socios del grupo.
Dicho en palabras del presidente de Estados Unidos, Joe Biden: “Me gusta Lula pero no me gusta que Brasil pertenezca al Brics”, de la cual se desprende el veto carioca al ingreso de Venezuela, una decisión que muestra divergencias en el grupo que podrían repetirse, bien con este país o con otro de la organización.
Incluso Ricardo León, representante de los trabajadores ante el directorio Pdvsa, lleva al extremo esta reflexión y especula sobre cuáles hubiesen sido las consecuencias de que Javier Milei, presidente de Argentina, decida el pleno ingreso de su país al Brics: su derecho a veto acoplado a las líneas de la política exterior de EEUU e Israel sería un serio obstáculo para el avance de la organización.
Otro aspecto del Brics que choca con el veto es que para la institución es clave no ser comprendida por sus pares como una élite de países emergentes que sugiera una división y jerarquía entre ellos. Pero la existencia de países socios y otros plenos con derecho a vetar, evidencia que en el Brics hay unos miembros más iguales que otros.
Tales diferencias perturban el propósito del Brics de mostrarse abierto a todos los países emergentes y ser útil para legitimar proyectos, públicos o privados de los países en vías de desarrollo, acciones nada agradables para el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional.
En todo caso, el Brics es una institución en crecimiento, que lleva consigo la carga genética de las ya envejecidas instituciones mundiales, como la ONU. Su puja es por “fortalecer el estatus de cada país como una potencia dinámica y emergente con un papel creciente en los asuntos globales; al tiempo que proporciona legitimidad y autoridad adicionales de cara a la política internacional actual”, dice Moreno.
En este sentido, el Brics debe cuidar la imagen de haber alcanzado un grado relevante de reconocimiento internacional, en parte proporcionado por la apertura democrática a todos los miembros.
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