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En el teatro de la política latinoamericana, la reciente actuación de Lula da Silva ha impactado como un batazo en pleno rostro. Como mínimo uno queda desconcertado. Pero sus acciones, sorprendentes y aparentemente contradictorias, cobran un nuevo sentido cuando las analizamos bajo la lente de lo que Zygmunt Bauman denominó “modernidad líquida”.En el teatro de la política latinoamericana, la reciente actuación de Lula da Silva ha impactado como un batazo en pleno rostro. Como mínimo uno queda desconcertado. Pero sus acciones, sorprendentes y aparentemente contradictorias, cobran un nuevo sentido cuando las analizamos bajo la lente de lo que Zygmunt Bauman denominó “modernidad líquida”.
En esta era de fluidez e incertidumbre, donde las estructuras sociales y políticas se derriten antes de poder solidificarse, el caso Lula puede ser interpretado como un símbolo perfecto de nuestra época.
Shakespeare nos advertía que la vida es un teatro, un escenario social donde todos interpretamos diferentes papeles. Pero Bauman nos recuerda que ya no actuamos en un teatro con guion fijo, sino en una improvisación constante donde los personajes cambian sus máscaras según las circunstancias e intereses.
En este contexto de liquidez, las lealtades políticas, las ideologías y los compromisos se vuelven tan maleables como el mercurio, adaptándose a los contornos de cada momento.
En este gran teatro de guiones y expectativas internacionales, Lula ejecutó una movida que ha dejado a la opinión pública en vilo, generando una trama digna de las mejores telenovelas brasileñas, donde las contradicciones y los traspiés se entrelazan con la farsa y el absurdo.
Las respuestas ante esta actuación inesperada no se han hecho esperar. Desde las viscerales acusaciones de traición hasta las elaboradas teorías conspirativas, el espectro de interpretaciones revela más sobre nosotros mismos que sobre el político brasileño.
Algunos, dejándose llevar por la emoción, lo tildan de traidor vergonzoso. Otros, intentando mantener la racionalidad, especulan sobre la influencia de su nueva pareja, supuestamente vinculada a intereses imperiales, o sobre un posible deterioro cognitivo producto de la edad. No faltan quienes sugieren presiones y chantajes externos con secretos inconfesables, ni aquellos que, más radicalmente, cuestionan si alguna vez fue verdaderamente de izquierda.
Pero más allá de estas explicaciones y de las múltiples interpretaciones sobre el giro político de Lula este hecho refleja precisamente esta condición líquida de nuestra época.
¿Ya no podemos recurrir a las viejas categorías de análisis político – izquierda y derecha, progresismo y conservadurismo – porque estas mismas categorías se han vuelto líquidas, perdiendo su capacidad para contener y explicar la realidad política contemporánea? Como señalaba Bauman, vivimos en un tiempo donde las identidades son flotantes y las convicciones se ajustan a la demanda del momento, si no veamos la realidad chilena.
Esta liquidez de las convicciones políticas genera una profunda ansiedad colectiva. Buscamos desesperadamente encontrar explicaciones sólidas para acontecimientos que son, por naturaleza, fluidos e inasibles. La disonancia cognitiva que experimentamos ante los giros inesperados de figuras como Lula es, en realidad, el choque entre nuestra necesidad de certezas sólidas y la realidad líquida que nos rodea.
En la modernidad líquida de Bauman, las relaciones de poder y las estructuras políticas se caracterizan por su volatilidad. Los líderes políticos, como Lula, se encuentran navegando en aguas turbulentas donde las viejas brújulas ideológicas han perdido su norte. Las presiones globales, los intereses económicos transnacionales y las cambiantes dinámicas sociales crean un escenario donde la consistencia política se vuelve casi imposible.
Simplemente hagamos un análisis de los personajes políticos que gobiernan toda América latina para darnos cuenta de esto.
El panorama latinoamericano actual ejemplifica perfectamente esta condición líquida. La derecha, que muestra un vigor renovado, no representa ya el conservadurismo tradicional, sino una forma “líquida” de política que combina elementos del neoliberalismo con populismo y autoritarismo. Por su parte, la izquierda fragmentada y confundida refleja la imposibilidad de mantener proyectos políticos sólidos en un mundo de cambios constantes y lealtades fluctuantes. ¿Qué quedó del proyecto de Correa? ¿Qué pasa en Bolivia?
Sin duda que la izquierda latinoamericana actual se debate entre conflictos ideológicos y estratégicos, frecuentemente cayendo en las mismas dinámicas que critica en sus adversarios. Esta crisis de identidad y propósito se refleja en su incapacidad para articular respuestas coherentes ante los desafíos contemporáneos, quedando muchas veces atrapada en disputas internas que la alejan de las preocupaciones cotidianas de la población. Vemos así una izquierda totalmente fraccionada, conflictuada, desintegrada, confusa, asolada por conflictos y miserias internas, desgastada, y perdida en nominalismos y minimalismos conceptuales.
Bauman nos advertía que, en la modernidad líquida, las instituciones y estructuras sociales se derriten más rápido que el tiempo que tardan en solidificarse. Esto explica la crisis de los proyectos políticos tradicionales en América Latina. Los intentos de construir alternativas políticas duraderas se enfrentan a una realidad donde todo – desde las alianzas internacionales hasta las políticas económicas – puede cambiar de forma en cualquier momento.
El caso Lula, visto desde esta perspectiva, más allá de ser visto como una traición o un giro ideológico puede ser tomado como un síntoma de nuestra época líquida. En un mundo donde las certezas se diluyen y las posiciones políticas fluyen como agua entre los dedos, ¿podemos realmente esperar coherencia y solidez ideológica? La pregunta incómoda que nos plantea la modernidad líquida es si nuestras expectativas de consistencia política son realistas en un mundo donde todo lo sólido se desvanece en el aire.
Como la esfinge ante Edipo, Lula nos presenta un enigma que refleja las contradicciones de nuestra época. Pero quizás, como sugeriría Bauman, el verdadero acertijo no es entender por qué Lula ha cambiado, sino comprender por qué seguimos esperando solidez en una era donde todo es líquido. La política latinoamericana, como el resto de nuestras instituciones sociales, navega en aguas turbulentas donde las viejas certezas se han disuelto y las nuevas verdades son tan efímeras como una gota de agua en el desierto.
Mientras tanto, el teatro latinoamericano continúa su representación, con nuevos actores y viejos guiones, en un escenario cada vez más complejo, desconcertante y burlesco, donde las respuestas simples ya no bastan para explicar las realidades que aparecen.
Finalmente terminemos con una cita de Rousseau que queda muy bien aquí.
“Siempre hay cuatro lados en una historia: tu lado, su lado, la verdad y lo que realmente sucedió”
En esta era de fluidez e incertidumbre, donde las estructuras sociales y políticas se derriten antes de poder solidificarse, el caso Lula puede ser interpretado como un símbolo perfecto de nuestra época.
Shakespeare nos advertía que la vida es un teatro, un escenario social donde todos interpretamos diferentes papeles. Pero Bauman nos recuerda que ya no actuamos en un teatro con guion fijo, sino en una improvisación constante donde los personajes cambian sus máscaras según las circunstancias e intereses.
En este contexto de liquidez, las lealtades políticas, las ideologías y los compromisos se vuelven tan maleables como el mercurio, adaptándose a los contornos de cada momento.
En este gran teatro de guiones y expectativas internacionales, Lula ejecutó una movida que ha dejado a la opinión pública en vilo, generando una trama digna de las mejores telenovelas brasileñas, donde las contradicciones y los traspiés se entrelazan con la farsa y el absurdo.
Las respuestas ante esta actuación inesperada no se han hecho esperar. Desde las viscerales acusaciones de traición hasta las elaboradas teorías conspirativas, el espectro de interpretaciones revela más sobre nosotros mismos que sobre el político brasileño.
Algunos, dejándose llevar por la emoción, lo tildan de traidor vergonzoso. Otros, intentando mantener la racionalidad, especulan sobre la influencia de su nueva pareja, supuestamente vinculada a intereses imperiales, o sobre un posible deterioro cognitivo producto de la edad. No faltan quienes sugieren presiones y chantajes externos con secretos inconfesables, ni aquellos que, más radicalmente, cuestionan si alguna vez fue verdaderamente de izquierda.
Pero más allá de estas explicaciones y de las múltiples interpretaciones sobre el giro político de Lula este hecho refleja precisamente esta condición líquida de nuestra época.
¿Ya no podemos recurrir a las viejas categorías de análisis político – izquierda y derecha, progresismo y conservadurismo – porque estas mismas categorías se han vuelto líquidas, perdiendo su capacidad para contener y explicar la realidad política contemporánea? Como señalaba Bauman, vivimos en un tiempo donde las identidades son flotantes y las convicciones se ajustan a la demanda del momento, si no veamos la realidad chilena.
Esta liquidez de las convicciones políticas genera una profunda ansiedad colectiva. Buscamos desesperadamente encontrar explicaciones sólidas para acontecimientos que son, por naturaleza, fluidos e inasibles. La disonancia cognitiva que experimentamos ante los giros inesperados de figuras como Lula es, en realidad, el choque entre nuestra necesidad de certezas sólidas y la realidad líquida que nos rodea.
En la modernidad líquida de Bauman, las relaciones de poder y las estructuras políticas se caracterizan por su volatilidad. Los líderes políticos, como Lula, se encuentran navegando en aguas turbulentas donde las viejas brújulas ideológicas han perdido su norte. Las presiones globales, los intereses económicos transnacionales y las cambiantes dinámicas sociales crean un escenario donde la consistencia política se vuelve casi imposible.
Simplemente hagamos un análisis de los personajes políticos que gobiernan toda América latina para darnos cuenta de esto.
El panorama latinoamericano actual ejemplifica perfectamente esta condición líquida. La derecha, que muestra un vigor renovado, no representa ya el conservadurismo tradicional, sino una forma “líquida” de política que combina elementos del neoliberalismo con populismo y autoritarismo. Por su parte, la izquierda fragmentada y confundida refleja la imposibilidad de mantener proyectos políticos sólidos en un mundo de cambios constantes y lealtades fluctuantes. ¿Qué quedó del proyecto de Correa? ¿Qué pasa en Bolivia?
Sin duda que la izquierda latinoamericana actual se debate entre conflictos ideológicos y estratégicos, frecuentemente cayendo en las mismas dinámicas que critica en sus adversarios. Esta crisis de identidad y propósito se refleja en su incapacidad para articular respuestas coherentes ante los desafíos contemporáneos, quedando muchas veces atrapada en disputas internas que la alejan de las preocupaciones cotidianas de la población. Vemos así una izquierda totalmente fraccionada, conflictuada, desintegrada, confusa, asolada por conflictos y miserias internas, desgastada, y perdida en nominalismos y minimalismos conceptuales.
Bauman nos advertía que, en la modernidad líquida, las instituciones y estructuras sociales se derriten más rápido que el tiempo que tardan en solidificarse. Esto explica la crisis de los proyectos políticos tradicionales en América Latina. Los intentos de construir alternativas políticas duraderas se enfrentan a una realidad donde todo – desde las alianzas internacionales hasta las políticas económicas – puede cambiar de forma en cualquier momento.
El caso Lula, visto desde esta perspectiva, más allá de ser visto como una traición o un giro ideológico puede ser tomado como un síntoma de nuestra época líquida. En un mundo donde las certezas se diluyen y las posiciones políticas fluyen como agua entre los dedos, ¿podemos realmente esperar coherencia y solidez ideológica? La pregunta incómoda que nos plantea la modernidad líquida es si nuestras expectativas de consistencia política son realistas en un mundo donde todo lo sólido se desvanece en el aire.
Como la esfinge ante Edipo, Lula nos presenta un enigma que refleja las contradicciones de nuestra época. Pero quizás, como sugeriría Bauman, el verdadero acertijo no es entender por qué Lula ha cambiado, sino comprender por qué seguimos esperando solidez en una era donde todo es líquido. La política latinoamericana, como el resto de nuestras instituciones sociales, navega en aguas turbulentas donde las viejas certezas se han disuelto y las nuevas verdades son tan efímeras como una gota de agua en el desierto.
Mientras tanto, el teatro latinoamericano continúa su representación, con nuevos actores y viejos guiones, en un escenario cada vez más complejo, desconcertante y burlesco, donde las respuestas simples ya no bastan para explicar las realidades que aparecen.
Finalmente terminemos con una cita de Rousseau que queda muy bien aquí.
“Siempre hay cuatro lados en una historia: tu lado, su lado, la verdad y lo que realmente sucedió”
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